La cuestión sexual
es uno de los fundamentos básicos del matrimonio, ya que según el Sumo
Pontífice Juan Pablo II, durante la santificación de un matrimonio (primera
ocasión en la Historia )
“el hombre y la mujer <<enmaridados>>
expresan de algún modo la plenitud de lo humano, la comunicación esponsal es
tan integradora que aúna la santidad de los dos <<partner>> en una
sola santidad conjunta, como los aúna en una vida conjunta y en una empresa
conjunta”[1]. Explicando la necesidad
de una unión entre ambos seres humanos, que viene a razón de esta pregunta ya
que una parte de ella esta formada por la cuestión sexual.
La cuestión sexual
nos presenta una serie de rasgos que nos lleva a comprender los elementos
propios del matrimonio y el por qué de ser
diferenciado de otros tipos de uniones. Sus elementos básicos son: la
heterosexualidad, la unidad, la complementariedad, la inclinación natural y la
posibilidad de generación de una nueva vida.
La heterosexualidad,
es el rasgo realmente propio de la cuestión sexual, supone la diferenciación
entre los dos elementos: varón y mujer. Todo ello se debe a las diferencias que
existen entre ellos “en lo corporal, en lo afectivo, y en lo
intelectual, siendo esas diferencias las determinan el modo de ser específico
del varón y de la mujer en una sola naturaleza, la humana”, y todo lleva a la inclinación natural que
comentaremos posteriormente. Otro de estos rasgos se observa en la obra
“Matrimonio y mediación familiar” debido a la unión de dos naturalezas que son
diferentes, pero se transforman en una única: “Es una unidad en las naturalezas, fórmula que expresa en un plano
científico la dicción bíblica una caro, una sola carne”[2]. En este mismo libro, podemos observar la
afirmación, tomada de Javier Hervada (otro de los grandes expertos en derecho
matrimonial), que señala que el matrimonio “es la unión de un varón y una
mujer en coparticipación y coposesión”[3]
lo cual añade al rasgo de la heterosexualidad dos propiedades más: la
coparticipación y la coposesión. Ya que uno se puede entregar al otro en
función de poseerse a si mismo y gracias a que la otra persona se entregue
también por completo.
La complementariedad
entre mujer y varón, se da debido a la diferencia, pero este rasgo les hace
poder interaccionar y les lleva a la posibilidad de generación de una nueva
vida.
La inclinación
natural se debe a la atracción que sufren las mujeres hacia las mujeres, y
viceversa. Se debe a que el otro es sexualmente diverso, de ahí la importancia
de la heterosexualidad. Si el otro no es diferente en la cuestión sexual, no es
posible esta inclinación natural. “El
amor es la vocación fundamental e innata a todo ser humano”, donde se
define la inclinación natural a la cual nos referimos en este apartado.
Otro de los rasgos,
que mencionamos anteriormente, es la unidad o la especificidad. Lo que conlleva
que el amor no sólo debe ser dentro de una heterosexualidad, sino que debe de
ser único. Ya que un matrimonio no se trata de una relación “entre varios, uno o ninguno” (en
palabras del profesor), sino que debe de ser entre dos. Esto se debe a que deben
de ser dos personas para que se entreguen por completo el uno al otro; si hay
tres o más personas hay al menos uno de ellos que no se puede entregar por
completo y en caso de que haya una persona no hay la entrega y posesión
necesaria en todo matrimonio. Esto se define como “Es en este ambiente donde
florecen algunas relaciones inéditas de naturaleza conyugal. Surgen así unas inclinaciones
inéditas, unas más fuertes que otras, maduran mejor unos afectos que otros, y
aparece la tendencia a estar sólo con una persona” y esto se da en el compromiso
matrimonial, únicamente.
La posibilidad de principio
común de generación, es uno de los rasgos principales recogidos tanto por la Real Academia Española, como en
el Derecho Matrimonial Canónico, en su definición de matrimonio. Es uno de los
fines últimos del matrimonio. Esto se debe al interés por parte de ellos de la
perpetuidad tanto de la especie como de sus propias personas en la memoria y en
la presencia de los hijos. Todo ellos supone una renovación en la vida de los
cónyuges. Gracias a la generación de una nueva vida se consigue dar una
explicación a su vida y a su futuro como pareja. La generación de una nueva
vida hay que señalar que no es algo propio de otras etapas de la vida (noviazgo
o momentos previos), lo que provoca que adelantar este momento genere una
ruptura de la armonía que posee la vida.
Todos estos elementos no
incluyen únicamente su desarrollo y la generación de una nueva vida, sino el
hecho de compartir una vida y unos proyectos con el cónyuge y con sus hijos. Debido
a los numerosos tipos de familias con la llegada de una cierta
desestructuralización de los hogares, el Catecismo de la Iglesia Católica lo define como
“Unión plena y total, de un varón y una
mujer en la virilidad y la feminidad, indivisible y ordenada al bien de los
cónyuges, y a la generación y educación de los hijos”.
En conclusión, cabe afirmar
que todos estos rasgos no son los únicos que generan el matrimonio, como lo
conocemos hoy en día. Pero hay que señalar que pese a no ser los únicos, son
los mayormente indispensables para la formación de está unión conyugal. La
sociedad está perdiendo, bajo mi punto de vista, estos valores por lo que se
está perdiendo los principales rasgos del matrimonio que se está diversificando
y perdiendo los rasgos iniciales que le dieron origen.
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